domingo, 22 de mayo de 2022

Es feliz

Casi con diez años.

Buscando opciones para su aprendizaje, que el sistema escolar en República Dominicana no le interesa incluir a niños con discapacidades de ningún tipo, así que toca a los padres asumir también la educación formal que el Estado no quiere ni tiene interés en cubrir.

Gozando un mundo con verlo crecer.

Confiando en sus competencias.

A punto de sacarlo del mundo de ABA (eso da para una cátedra de experiencia personal)

Aprendiendo mucho de los adultos que fueron niños como él.


jueves, 3 de junio de 2021

¿Qué idioma hablas?

Foto por Jason Rosewell en Unsplash
Mi hijo habla, pero no siempre comunica. Digamos, porque prefiero siempre no dar muchos detalles de mi hijo, que creo que lo entienden la mayoría de las veces, pero usa un código distinto, uno que no es usual. 

Él se esfuerza, lo sé, para hacerse entender. También se frustra, lo sé. 

En el parque lo veo, lo observo. Me siento a leer y me distraigo un poco, pero de vez en cuando levanto la vista. Escucho.

- ¿Qué idioma hablas, amiguito?

Mi intención es levantarme del banco, ir a los columpios y soltarle al chico una explicación de porqué mi hijo habla como habla... pero no lo hago. 

Veo el rostro de mi hijo. Parece estar contrariado, por quizás no poderle decir a ese chico lo que siente o piensa. Quiero rescatarlo, pero no lo hago. Lo dejo ser. 

Algo le dice al chico, al que le veo cara de confundido, pero al rato están los dos mirando al horizonte en el vaivén de los columpios. 

Horas después, mi hijo juega con otros chicos, o trata de seguirles el juego. Una pelota y lo que parece una especie de juego de fútbol con reglas propias. Toma la pelota, la lleva en las manos, la coloca en el medio del gazebo. 

- Mi pelota. Aquí, aquí. Por favor, para allá. Por favor.

La patea. El muchacho del fondo no la detiene. La pelota pega a la pared. 

- ¡Goooooooooooooooool!

Mi hijo grita con toda la fuerza. Da vueltas y grita. 

Pasa un buen rato jugando. Imponiendo su caos en el caótico juego de fútbol. Lo dejan jugar. 

Dando vueltas alrededor del gazebo le hago señas. Le trato de decir que modere la voz. No le gusta que le diga eso, pero lo hace... y al rato se le olvida la moderación. Lo dejo ser.

Una hora después, mientras se me adelanta camino al edificio, me cruzo con el muchacho de mayor edad de ese grupo de jugadores caóticos y no puedo evitar decirle algo.

- Gracias por dejarlo jugar.

Y como todo preadolescente que habla con otro adulto que no conoce, dice lo mínimo indispensable.

- Está bien.

domingo, 16 de mayo de 2021

"Todo el mundo sabe"


Foto por Joao Tzanno de Unsplash


Cuando te enfermas, fracasas en algún proyecto o algo no sabe bien en tu vida personal, siempre aparece un club de los que "sabían" que eso vendría o pasaría.

Con la maternidad pasa algo parecido. Todos saben más. Y no hablo de la época en que necesitas que te enseñen y te apoyen, como son esos primeros meses de ser mamá. Muchas nunca habíamos cambiado un pañal, o visto amamantar a un bebé, o algunos cuidados maternos. Claro que las que fueron madres primero que yo sabían cosas que yo no sé, y de ellas aprendí, aprendemos, tomando y dejando. Incluso años después, cuando los bebés crecen, sigues aprendiendo de otras y otros sobre la crianza.

Aquí hablo de otra arista, cuando tu hijo o hija enfrenta dificultades de algún tipo, que le acompañaran toda su vida. No vale que lo lleves a terapia, que sigas en la medida de lo posible las sugerencias de los profesionales que lo tratan, las peleas y negociaciones con la pareja, escuelas y espacios de aprendizaje para lograr una meta o un objetivo con tu hijo o hija... nada de eso vale porque siempre, siempre, hay alguien que sin convivir con tu hijo o hija te va a decir que lo haría mejor, que avanzaría más "si hicieran esto o aquello", que "si me lo dejan un tiempecito..."...

La gente que no solo no convive con tu hijo o hija, sino que desconoce todo el camino, todo el esfuerzo, todo lo logrado, todo lo invertido, toda caída y levantada para seguir, todo lo dejado atrás para hacer lo que se hace a favor de ese niño o esa niña.

Todos dicen saber.

Lo importante, en todo caso, es mirarlos con desdén y saber, sí saber algo que ellos y ellas probablemente nunca sabrán: que no saben nada.

lunes, 12 de octubre de 2020

Ocho años

 Diré, escribiré, lo que dicen y escriben la mayoría: el tiempo pasa volando.

Fernando tiene ocho años y ha sido una aventura verlo crecer, una muy distinta a la que pude imaginar. 

Este año, en especial y como todos y como en todo, ha sido más difícil. No por él, ni por mí ni por su padre, sino por lo que todo el mundo padece, un nuevo coronavirus que ha puesto a la humanidad medio de cabeza.

Fernando, como a todos, le ha afectado esta "nueva realidad". Hay días en que no me canso de pensar lo que realmente ha significado para él pasar meses en casa aislado de lo que era su rutina, de la novedad de salir con mascarillas a la calle, de que su madre le lea un cuento en que le habla de un virus. 

Él no pregunta tanto como antes, se ha vuelto más introspectivo, y supongo que al igual que la mayoría, y porque lo veo accionar así, ha buscado refugio y evasión en su tableta, en Minecraft, en la novedad de una mascota en casa y en pensar, como vagamente recuerdo que piensan los niños: que todo está bien mientras gires alrededor de tu lugar seguro. Porque la dimensión y el peso de lo que vives en tu niñez se hace presente en tu no niñez. 

Así llegó el lunes pasado a los ocho años, en un mundo que cambio más rápido que de costumbre, el mundo de su escuela, de las profesoras, de sus terapias, del parque. Aunque para esta fecha ya algunas cosas se han acomodado a una nueva rutina, como unas clases a distancia que recibe en su salón de clases, y la novedad de sus prácticas de natación.

A pesar de los miedos de madre por su futuro, su presente es, y confió que así sea, luminoso. 

Y por supuesto, agradezco a ese presente luminoso el aprendizaje a través de mi hijo.